Cuando la transgresión es ley
Por Sergio Sinay
Una sociedad que protege a los transgresores crea las condiciones para vivir bajo una única ley: la de la selva. Así estamos.

En la Argentina esa hipótesis se ha ido convirtiendo en una
realidad cercana y palpable. Se queman urnas y se pide, desde la cima del
poder, que se respete esa quema como “voluntad popular”. Un presidente violó
todas las reglas de tránsito (y muchas más en todos los órdenes) conduciendo
una Ferrari a velocidades prohibidas hacia Pinamar y el hecho fue festejado por
la mayoría de la sociedad. Un gol con la mano se conmemora mucho más que otro
tanto (en el mismo partido y a cargo del mismo jugador) que fue una obra de
arte futbolística. Y su autor, transgresor serial y generador inagotable de
actos irresponsables, es una figura de culto. Cualquier transgresor, en
cualquier ámbito (política, deporte, farándula, música, conducta en la calle,
etcétera) encuentra inmediatamente defensores capaces de promover piquetes,
firmar solicitadas, engrosar raitings televisivos, escrachar a las víctimas o a
quienes pudieran sancionarlo, todo en nombre de confusas concepciones de
libertades y derechos creados al paso y caprichosamente. A la transgresión se la
suele defender con prepotencia y hasta con violencia.
Cuando la
transgresión se naturaliza y se convierte en ley, no hay ley. Sin ley no hay
justicia. Sin justicia no hay convivencia posible. Sin convivencia no hay
futuro. Todo lo consume un presente en el que urge desenfundar y disparar
primero para no ser víctima de un transgresor más rápido y despierto. Cuando la
transgresión es la norma bajo la cual se vive, todo se puede.
El sábado pasado el futbolista Carlos Tévez quebró la tibia
y el peroné de un adversario (Ezequiel Ham) durante el partido entre Boca y
Argentinos Juniors. La acción fue bastante más que “imprudente” (como
rápidamente la calificó la corporación periodística que salió en defensa del
victimario). Fue, evitable, irresponsable y nada inocente. Quien jugó al fútbol
puede decirlo. Y quien juega profesionalmente debería hacerlo. Tevez no recibió
ninguna sanción en ese momento (el juez miró hacia otro lado ante la trasgresión
de la ley deportiva), mientras el relator de la televisión defendía, sin el
menor rubor, al victimario con la impresentable excusa de que se le había “enganchado
la media”. La transgresión estaba doblemente validada.
Tevez jugó en las grandes ligas europeas, jugó y juega en la
selección argentina en torneos internacionales. ¿Por qué no protagonizó nunca
un episodio como este en aquellos escenarios y sí en la Argentina a pocos meses
de haber regresado? Porque aquí puede y allá no. Como pueden tantos de sus
colegas que, cada vez más, apelan a codazos, planchazos, patadas, fingimientos
y demás transgresiones (cada día más brutales) que no reciben sanción ni
adentro ni afuera de la cancha, pero que son aceptadas, celebradas y
estimuladas. Son lo normal. Desplazaron a la ley, tomaron su lugar. Y si Tevez
fuera sancionado “de oficio” eso se considerará,
muy posiblemente, una “injusticia”.
¿Por qué se queman urnas y se pide que se acepte el
resultado eleccionario como normal? Porque se puede. ¿Por qué un vicepresidente
sospechoso de delitos sigue en ejercicio y representa al país en eventos en el extranjero?
Porque se puede. ¿Por qué se pierden vidas de a miles en las rutas debido a
maniobras prohibidas, consumo de alcohol y velocidades no permitidas? Porque se
puede. ¿Por qué el narcotráfico se extiende como una mancha mortal sobre el
país? Porque se puede. Y se puede porque una masa crítica de la sociedad ha
pactado vivir así. Aunque eso acorte y empeore la vida de todos y cada uno.
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