miércoles, 8 de abril de 2020


Crónicas de la peste (4)

Portadores asintomáticos

Por Sergio Sinay



En la vida anterior al coronavirus podían engañar. Se los veía como personas normales. Trabajan, tienen familia, amigos, viven solos o en pareja, saludan a los vecinos, hacen compras, viajaban en transportes públicos o conducían sus autos. En las reuniones de consorcio de los edificios o de los country donde viven eran activos y participantes (algunos más que otros). Incluso durante la cuarentena, hasta ahora, pasaban inadvertidos, disimulados entre centenares de miles de personas recluidas en sus casas. Pero eran portadores asintomáticos. Solo necesitaban de un disparador, un motivo para que se manifestaran los virus que anidaban en ellos. Virus destructivos como pocos, devastadores. Los virus de la intolerancia, de la ignorancia auto infligida, de la miserabilidad extrema. Virus de los que nunca se curarán, porque una vez que salieron a la luz lo hicieron a través de acciones imperdonables, de las que no se vuelve.
Estos portadores asintomáticos ya no son asintomáticos. Su peste interna salió a la luz. Son esos que amenazan a médicos, enfermeras, farmacéuticos o trabajadores de la salud que viven en sus edificios o en sus barrios. Estúpidos irrecuperables que un día quizás podrán necesitar de esos mismos a quienes hoy atacan y discriminan. Cobardes que no dan sus nombres, que actúan en manada. Quizás haya que agradecer al Covid-19 que los haya puesto a la luz. Que nos permita saber de ellos, porque su cobardía de hoy no los mantendrá en el anonimato mañana, cuando la pandemia haya pasado y se sepa quienes son (sus propios vecinos ya lo saben).
No hay que olvidar, sin embargo, que estos canallas son emergentes. Así como en tantas personas emerge hoy la solidaridad, la empatía, la generosidad, la compasión, la comprensión, la confraternidad y la aceptación, esta escoria representa a otros que aun siguen asintomáticos. Porque la condición humana está hecha de miseria y grandeza, de canalla y santidad, de coraje y cobardía, de entrega y egoísmo, de altruismo y mezquindad, de luz y de sombra. Toso eso nos habita. En cada acción de nuestra vida, en cada elección o decisión, elegimos una cosa o la otra. No hay inocencia. Hay responsabilidad.

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