miércoles, 18 de enero de 2017

Echeverría o la imposibilidad de la Argentina

Por Sergio Sinay

Reseña de una novela excepcional, que penetra en el alma de uno de los tantos protagonistas de la  historia que soñaron con una Argentina imposible y se vieron derrotados y expulsados por el atrevimiento.






En un momento avanzado de su corta vida, y de la trama de esta novela excepcional (para decirlo pronto), Esteban Echeverría piensa que si está en donde está en ese momento, exiliado en su propia patria, huyendo del salvajismo intolerante de una dictadura que se atribuye la voz del “pueblo” y de la “patria” (dos palabras caras a los populismos y a los autoritarismos de todos los tiempos), es porque él estaba equivocado. Escondido en medio del desierto, derrotado intelectual y moralmente, a merced de una enfermedad que lo va venciendo sin remedio, acepta que “la Argentina no es lo que creía”.
Echeverría, la novela de Martín Caparrós, es el relato de esa derrota, de ese desencanto y es una profunda e implacable meditación sobre la literatura, sobre cómo se cuenta la historia y sobre la imposibilidad de la Argentina. Una imposibilidad que, a la luz de esta narración, asoma como congénita.
Esteban Echeverría mamó en París la leche del romanticismo y de la democracia republicana mientras estuvo becado allí por el gobierno de Rivadavia, entre 1826 y 1830, y a su regresó creyó que con la estética y la pasión del primero se podía fundar una literatura argentina y que con los fundamentos de la segunda sería posible avanzar en la visión de un país que superara antinomias trágicas y sangrientas y se construyera sobre la diversidad, la equidad social y sobre el credo republicano. Intentó plasmar esos ideales junto a figuras como Marcos Sastre, Juan Bautista Alberdi y Juan María Gutiérrez entre otros. No fue casual que, en su momento, todos terminaran en el destierro, y que aún hoy sean ninguneados por portadores de poderes e ideas que han mantenido al país alejado de todo destino posible. Aun así Echeverría logró al menos fundar la literatura argentina con un poema como La cautiva y, sobre todo, con un relato como El matadero. “La historia del muchacho en el matadero del Alto le ocupa la cabeza”, se lee en la novela. “Le parece un reflejo de lo peor de la Argentina: una metáfora, se dice, de lo peor de la Argentina –de lo que no creía que la Argentina fuera”.
La escritura de Caparrós en Echeverría es depurada, precisa, incisiva. Cada palabra cuenta, no está allí por azar. Hay una impresionante penetración en los sentimientos, pensamientos y respiración del personaje. Y una lúcida y perfecta simbiosis entre lo ficcional (lo que el autor imagina sobre este protagonista real) y la reflexión sobre las circunstancias históricas en las que vive. Sin ruptura esa reflexión se extiende al presente y lo hace también sin subrayados innecesarios ni moralejas. Se puede intuir (al menos lo intuí como lector) que, mientras acompaña la odisea de Echeverría, Caparrós medita sobre sí mismo como escritor, sobre esta misma obra y sobre el papel y el deber de los intelectuales, sobre todo después de las perversas, oportunistas y corruptas conductas que tantos de estos exhibieron sin pudor y sin moral en tiempos recientes. Tiempos acaso tanto o más oscuros que los vividos por Echeverría. Quizás haya que afirmar que son más oscuros, porque el autor del Dogma Socialista (propuesta de una democracia posible) murió pobre y enfermo en Montevideo, en 1851, a los 46 años, como una víctima más de un país expulsivo, y en lo profundo y esencial nada parece haber cambiado desde entonces.

Tanto desde el punto de vista literario, como desde el político e histórico, Echeverría, la novela de Martín Caparrós, es un texto poderoso, necesario, inclemente, y una exquisita muestra de lo que significa escribir bien. De su lectura se sale conmovido, dolorido y con una certeza. No es amarga la verdad, lo que no tiene es remedio. No, al menos, en la Argentina.

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