miércoles, 8 de junio de 2016

La peligrosa estrategia del cangrejo

Por Sergio Sinay

Gobernar exige respetar la palabra, honrarla con acciones, no devaluarla con conductas confusas



Idas y vuelta con los aumentos de tarifas; exenciones impositivas inmediatas para las grandes mineras contaminantes y para otros grupos de poder económico junto a un castigo impositivo permanente para los monotributistas (trabajadores, comerciantes y profesionales a quienes se les obstaculiza su tarea) a pesar de las promesas de revisar sus topes, marcha atrás con la prometida ley del arrepentido para investigar la corrupción, un blanqueo impositivo que no es más que perdón y vía libre para evasores y del cual se beneficiarán jueces y legisladores, un cambio de postura moralmente injustificable frente a la situación venezolana, patrimonios de funcionarios que se explican mal y poco, un protocolo muy proclamado y jamás cumplido para la gestión del espacio público de modo que no quede librado al arbitrio de quienes se apoderen de él en perjuicio de la mayoría de los ciudadanos, anuncios que se desmienten, medidas que se retrotraen, promesas de bienestar para un mítico segundo semestre que, de pronto, se convierte en “el año próximo”. Por momentos los actos del gobierno nacional parecen responder a la estrategia del cangrejo (constante marcha atrás), o a la del tero (cantar en un lugar, poner el huevo en otro).
Es cierto que seis meses son poco tiempo para transformar la realidad de un país carcomido por la más obscena corrupción imaginable, ejercida por una banda de delincuentes enquistados durante doce años en el poder para apropiarse del Estado en beneficio propio. Pero seis meses no son pocos para evidenciar qué se hace con la palabra. Y devaluar la palabra, vaciarla de significado, usarla de manera confusa, no respaldarla con acciones y conductas es peligroso. La palabra (maravillosa creación humana para la comunicación, la expresión, la construcción y el sostenimiento de vínculos) tiene que ser honrada con actos. Cuando no es así, se crea un terreno fértil para la sospecha, la desconfianza, el descreimiento. La devaluación de la palabra es mucho peor que la devaluación de la moneda. Porque no tiene retorno. Deja huellas perennes en la sociedad, afecta al presente y al futuro.
Es un acto elemental de responsabilidad y un deber moral no hablar en vano y respaldar cada palabra emitida con acciones sólidas y coherentes. Cuando se falta a la palabra o cuando se la desvirtúa en los hechos, toda aclaración oscurece.

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