domingo, 7 de junio de 2020



Crónicas de la peste (13)

La peligrosa política del miedo

Por Sergio Sinay


 La Guerra, Refugiados, Los Niños, Ayuda, Sufrimiento

“Ustedes tengan miedo, nosotros haremos el resto”. Dirigida de gobernantes a gobernados, esta consigna define al miedo como herramienta esencial en el ejercicio contemporáneo de la gobernanza. Así lo resumió Corey Robin, profesor de ciencia política en el Brooklyn College y en el Centro de Graduados de la Universidad de Nueva York, durante un debate sostenido en 2014 en el Instituto de Estudios Políticos de Lyon, Francia. El otro participante del debate fue el historiador Patrick Boucheron, del Collège de France, cuya obra se ha centrado en dos temas: la Edad Media y el papel del miedo en la historia humana. La conversación entre Robin y Boucheron fue recogida en el libro “El miedo: historia y usos políticos de una emoción”, con un sustancioso prólogo de Renaud Payre, director del Instituto lionés.
Las ricas ideas de aquel encuentro adquieren un enorme poder revelador en tiempo de pandemias y cuarentenas. Desde el 11 de septiembre de 2001 el miedo se instaló en el campo político, señala Payre, y se inscribe de forma duradera en nuestras sociedades. Junto a otras emociones resulta fundamental en el ejercicio del gobierno. Más aun cuando el propio gobernante lo incentiva para presentarse luego como el garante de la seguridad, y orienta de esa manera las conductas colectivas. El miedo, manipulado con astucia, se convierte en ingrediente del poder. Un buen gobierno no se define ya por sus sensatos principios, por su capacidad de ordenar armoniosamente los naturales desacuerdos sociales, por generar visiones comunes y convocantes, por diseñar la posibilidad de un porvenir en el que cada ciudadano pueda realizar sus potencialidades, sino por su habilidad para suscitar el miedo y, al mismo tiempo, manifestarse capaz de calmarlo. Esto es decisivo. Aquí radica el secreto de lograr desde el gobierno la servidumbre voluntaria de los gobernados, un fenómeno descrito ya en 1548 (y publicado como libro en 1572 a instancias del gran Michel de Montaigne) por el magistrado francés Étienne de La Boétie. En términos contemporáneos se puede advertir que la servidumbre voluntaria incluye también a numerosos intelectuales, medios, comunicadores, científicos y políticos (además de variopintos ejemplares de esa especie llamada “famosos”).
El miedo es una emoción humana natural y se deposita en lo desconocido y en lo que no ocurrió pero podría ocurrir (y ocurrirme). Cuando lo temido sucede, si es que sucede, el miedo deja paso a otras emociones o se transforma en acciones. En sí no es una emoción negativa, pero, como ocurre con todas las emociones, hay formas negativas de expresarlo o gestionarlo. El problema no es el miedo, sino su manipulación, la conversión de lo temido en un fantasma, en una posibilidad indemostrable, pero permanentemente anunciada mediante afirmaciones, cifras, estadísticas siempre cuestionables y veladas amenazas. Como recuerda Renaud Payre, es una reacción emocional que, manipulada políticamente, puede llevar a comportamientos colectivos catastróficos. La política del miedo es un arma de doble filo, porque puede resultar eficaz durante un tiempo (incluso un tiempo relativamente prolongado), pero hay un punto en el cual la conciencia de muchos individuos se sobrepone de modo resiliente a la sumisión, no admite vivir permanentemente a la sombra del temor, lo que significaría simplemente sobrevivir sin horizontes existenciales, y crea otras alternativas. La servidumbre voluntaria, hija dilecta del miedo, es posible cuando se anulan el entendimiento y el pensamiento crítico.
En el encuentro de Lyon, Patrick Boucheron recordó que a lo largo de la historia prevaleció en los gobernantes un lema: hacer temer en lugar de hacer creer. Hacer temer, insistió, es una manera de impedir que se piense y se comprenda, “y esa es seguramente la mejor forma de hacerse obedecer”. La política del miedo tiene dos variables. La vertical, basada en las desigualdades y las jerarquías sociales, y la horizontal, fundada en el temor a algo que viene de afuera, una amenaza, un enemigo que debe ser continuamente avivado o inventado, según el caso. Pero no es nunca la mejor política para el porvenir de una sociedad.

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