La tragedia y sus autores
por Sergio Sinay
(Prólogo a la nueva edición corregida y aumentada del libro La sociedad de los hijos huérfanos, de reciente aparición)
Tres chicos de entre 12 y 14 años murieron
en accidentes de cuatriciclos en el mes que fue de mediados de diciembre de
2015 a mediados de enero de 2016. Uno de ellos en Hualfin (Catamarca), otro en
Tres Lomas (Buenos Aires) y el restante, y más difundido por los medios, en el
balneario de Cariló. No fueron casos excepcionales, sino apenas la repetición
de una tragedia que se cumple en cada verano. Desde que Esquilo, Sófocles y
Eurípides, grandes autores griegos, perfeccionaran los mecanismos de este
género (en los siglos IV y V antes de Cristo), sabemos que la tragedia se
refiere a mecanismos que los dioses ponen en marcha, generalmente como castigo
a los excesos de los humanos, y que esos mecanismos marcharán hacia un terrible
final sin que nadie pueda detenerlo. Al contrario, cada acción de los
protagonistas durante la trama conduce inexorablemente a ese final.
Cuando los padres abandonan sus funciones
de liderazgo, cuando dejan de poner norte y propósito a la crianza de sus
hijos, cuando pretenden tercerizar sus funciones procurando que las asuman el
colegio, los gobernantes, Internet, la televisión, las niñeras, los psicólogos,
cuando se desentienden de sus responsabilidades, cuando aspiran a convertirse en pares (falsos amigos) de sus
hijos, cuando transforman las relaciones con ellos en simples transacciones
comerciales (“Te compro esto o lo otro a cambio de tu cariño, o de que te
portes bien o de que no te lleves materias”), cuando esas y otras conductas
parentales se naturalizan y se convierten en norma, se desencadenan en la vida
real (y no ya en los escenarios en que se representan Edipo, Antígona, Medea o
incluso las grandes e inmortales obras de Shakespeare, como Macbeth o Hamlet)
los mecanismos de la tragedia.
Las muertes que cada año sufren o provocan
los chicos en cuatriciclos son perfectas tragedias. Como lo es la epidemia de
comas alcohólicos que cada fin de semana se registra en clínicas y hospitales,
de los cuales dan cuenta los médicos de guardia, resultado previsible de las
“previas” que la publicidad de los vendedores de alcohol alientan bajo
eufemismos como “encuentro” u otros parecidos. Frente a esa “moda” y frente al
dogma de que no hay diversión si no hay alcohol, una mayoría de padres muestra
indolencia, pasividad, desidia y hasta un temor pusilánime a intervenir y poner
normas y límites. En el mejor de los casos esta actitud puede llamarse
irresponsable y en el peor criminal (porque acaso le quepa la figura de
abandono de persona).
Los mecanismos de la tragedia aletean
también en la violencia escolar, en las muertes de chicos que conducen
alcoholizados los autos que sus padres les prestan o les regalan sin
condiciones (estas catástrofes aumentan año a año y son noticia rutinaria los
fines semana en todo el país); hay tragedia, además, en la dramática dimensión
que alcanza la drogadicción juvenil (ante padres que insisten en no ver o en decir imperdonablemente que eso les ocurre
a otros chicos pero no a los propios). Y aunque no lo parezca, los ingredientes
de la tragedia se cuecen incluso en el voraz consumismo infantil, fogoneado por
un marketing que carece de escrúpulos éticos (aunque se llene la boca con
excusas en las que aparecen palabras como “motivación”, “aspiración”,
“tendencias”, etc.) y cuenta con la complicidad de padres a quienes no les cabe
la justificación de la ingenuidad.
El peor mensaje
Son todas tragedias, porque desde el
comienzo se sabe cómo será el final y porque ese final nunca es, ni puede ser,
feliz. Además tiene un nombre: hijos huérfanos.
Ellos son las víctimas. Hijos que sufren la peor de las orfandades,
aquella que se padece cuando los padres están vivos pero ausentes de sus
funciones. Hijos dejados a la deriva, sin límites, con mensajes confusos acerca
de las coordenadas para guiarse en la vida, sin liderazgo moral, sin una
educación en valores que sea provista por los padres desde sus propias
actitudes. Un chico que maneja un cuatriciclo a una edad en que no puede
hacerlo, en un lugar en el que no puede hacerlo y carente de toda protección
(la más elemental, un casco) es un chico al cual el padre que le proveyó ese
cuatriciclo le transmitió un mensaje claro: las leyes están para violarlas,
todo se puede (sólo basta con desearlo), la vida de aquellos a quienes puedas
dañar no vale nada (los otros no importan) y la tuya tampoco. Vivir no es
encontrar un sentido y dejar el mundo un poco mejor de cómo lo encontraste,
dice ese mensaje. Vivir es simplemente pasarla bien y no importa cómo.
La primera edición de este libro (varias
veces reeditado luego) es del año 2007. Lo escribí en aquel momento guiado por
una profunda preocupación y, lo confieso, por una acentuada indignación
provocadas por el panorama de desolación, riesgos y desamparo en el que veía transitar
sus infancias y adolescencias a la mayoría de los niños y adolescentes de esta
sociedad. Una sociedad de hijos huérfanos, independientemente de su ubicación
en el espectro social y económico. Este no es un problema de chicos pobres
(aunque la pobreza aporta sus ingredientes) ni de chicos ricos (aunque la
riqueza aporta también sus ingredientes). No es un problema de chicos cuyos
padres trabajan mucho (esa no es excusa), o son demasiado jóvenes y “no saben”
(esta otra excusa no es válida a partir de que se tienen hijos). Es un problema
de chicos nacidos y criados en una cultura que en todas sus capas sociales es
hoy individualista, hedonista, donde cada quien (aun cuando la paternidad o la
maternidad le recuerden que es responsable de otras vidas) está sumergido en el
ejercicio egoísta de pasarla bien, de usar al otro o descartarlo, de transar
económica, afectiva o sexualmente.
Desde aquella primera edición (que para mi
sorpresa y esperanza fue el inicio de una fecunda vida para el libro, que
interesó y movilizó a muchas más personas de las que hubiera imaginado), las
cosas no cambiaron demasiado. Y acaso empeoraron. Porque una cosa es estar
enfermo y no saberlo (motivo por el cual uno puede actuar de maneras que
empeoran su enfermedad) y otra mucho más grave es conocer el diagnóstico y
acelerar las conductas que lo agravarán. Y creo que viene ocurriendo esto
último. Las noticias y datos sobre la orfandad funcional que es el tema de este
libro están a la vista a cada minuto en los medios, en la realidad, en nuestro
entorno cercano, en los espacios que habitamos y transitamos, en el mundo en
que vivimos. Son innegables, resultan imposibles de esquivar, no es necesario
que vayamos en su búsqueda, vienen hacia nosotros. Nos interpelan. Sin embargo
una masa crítica de padres los sigue ignorando o continúa eludiendo y desviando
responsabilidades.
Luminosas minorías
Una masa crítica es, en la física, la
cantidad de combustible a partir de la cual se puede producir una reacción
nuclear en cadena. Y traducido a la sociología se refiere al número de personas
alcanzado el cual se desata un fenómeno social. En el caso del que me ocupo en
este libro, la conducta evasiva de unos pocos padres respecto de sus
responsabilidades y funciones no hubiera generado una sociedad de hijos
huérfanos. Pero cuando el número de padres que manifiesta esa actitud supera al
de aquellos otros que se abocan a sus roles y funciones con compromiso,
responsabilidad, presencia y atención, el resultado es predecible y
comprobable. La tragedia está a la orden del día.
En este relanzamiento de La sociedad de los hijos huérfanos he
renovado unas pocas cifras pero no he modificado conceptos. En verdad, más que
una actualización se trata de agregados. En general elegí dejar algunas
pasmosas cifras de 2007 que cito en el libro para pintar el panorama de la
violencia adolescente, de la drogadicción, de la mala alimentación, del uso
tóxico de medios electrónicos y nuevas tecnologías, del consumismo desmadrado y
de otras disfuncionalidades y opté por agregarle datos actualizados a fin de
que se pueda observar la permanencia y el avance del fenómeno. El profesor José
Pepe Presti (quien afortunadamente se incorporó a mi vida durante mi educación
secundaria) marcha hacia sus 90 años de edad con la misma lucidez y el mismo
fervoroso compromiso que entonces con la causa de la educación y de los hijos,
por lo cual el apéndice de este libro que lo incluye se repite sin
modificaciones y con toda su vigencia ejemplar.
Este prólogo, que se agrega ahora,
ratifica, y acaso aumenta, mi preocupación, mi inquietud, mi dolor y mi
indignación ante la indiferencia, la reiterada y pétrea indolencia de tantos
padres en el abandono de sus funciones de educadores, de transmisores de
valores, de líderes éticos, de orientadores existenciales en la vida de sus
hijos. Padres vivos de hijos huérfanos.
Semana a semana, mes a mes, año a año,
viajo por el país doy charlas, hablo con docentes doloridos por esta misma
cuestión y con padres que, en minoría, con tesón, con coraje moral, se mantienen
firmes como faros en la tormenta y honran su maravillosa condición. Son esos
padres y esos docentes los que mantienen encendidas fogatas de esperanza en los
oscuros e impenetrables bosques de la indiferencia y la irresponsabilidad.
Muchos de ellos extienden su función parental más allá de sus propios hijos y
cubren con ella a algunos de los tantos huérfanos que nos rodean. Son una
brújula, indican la dirección y el camino. Pensé en ellos durante mi nueva
inmersión en estas páginas y espero que de alguna manera les ayude a continuar
en la tarea de dejarle a la sociedad hijos que mañana sean padres nutrientes,
presentes, guías confiables, educadores de generaciones que no queden
huérfanas. Mientras otros padres (una mayoría) se desentienden, esta vigorosa
minoría persiste en hacer del mundo un lugar mejor.
En la adolescencia de mis hijos, hoy cuarentones, yo era el único padre que me negaba a llevar y traer chicos de 14 años de madrugada. Pero había otros padres que en vez de tomarme como ejemplo , se "ocupaban" de llevar y traer los míos poniendo el despertador a la 4 de la mañana. El padre huérfano era yo. El desubicádoo que sostenía que la noche no se transita de la mano de papa era yo. Hoy mis hijos hacen con los suyos ese triste papel , porque no quieren ser el padre malo. La sociedad lleva a cabo ese triste papel, en donde hay que darle los gustos a los chicos como si les debiéran algo no pagadO de antes. Yo era el único que llevaba a todos los chicos de un cumpleaños de mis hijos a pescar mojarías. El que paraba en los museos. El que órganIzaba campamentos. O sea el qu estaba fuera del lugar adonde un padre tiene que estar. Los padres no-muertos en vida , no tenemos reconocimiento alguno por haber engendrado hijos vivos. No somos recordados por los hijos, viéndoles hacer lo que nosotros hicimos Po ello. De vez en cuando visitó la tumba de mis padres para contarles como va la vida y pedirles perdón por no haberles dado las gracias a tiempo por todo lo que hicieron para que yo sea así. Como debe ser.
ResponderBorrarGracias por tu aporte, Guillermo. Quiero decirte algo que tal vez te sirva: cuando cumplimos con nuestras funciones y deberes de padres, la recompensa explícita a veces está de más. No lo hacemos por la recompensa, sino porque es un deber moral, un compromiso que adquirimos al traer a nuestros hijos al mundo. En todo caso el premio está en saber que hicimos lo que debíamos y en ver a nuestros hijos convertidos en personas de bien. Seguramente tus padres están en paz. Sentite vos también en paz. Un abrazo.
ResponderBorrarGracias por tu aporte, Guillermo. Quiero decirte algo que tal vez te sirva: cuando cumplimos con nuestras funciones y deberes de padres, la recompensa explícita a veces está de más. No lo hacemos por la recompensa, sino porque es un deber moral, un compromiso que adquirimos al traer a nuestros hijos al mundo. En todo caso el premio está en saber que hicimos lo que debíamos y en ver a nuestros hijos convertidos en personas de bien. Seguramente tus padres están en paz. Sentite vos también en paz. Un abrazo.
ResponderBorrarSólo agregar el estado de orfandad que, un divorcio transformado en venganza,deja a los hijos en una constante tensión.Con justificaciones judiciales cambian el "tiempo no apurado, el de jugar" por:"hoy tengo que ir a lo de papà o mamà porque lo dijo la juez/a" y asi van robando infancia por problemas no resueltos de la ex pareja. Me parece del orden de lo impensado que un padre/madre concurra al juzgado con su hijo/a a realizar una denuncia contra su padre/madre. Creo que hay que "hacer escuela" en estas nuevas orfandades, éstas en la que la justicia se expide en una suerte de regulador que priva de madre/padre a los hijos....me pregunto:"¿Que les estamos enseñando?¿Vale todo?¿Quienes van a devolverles las infancias robadas?
ResponderBorrar