martes, 8 de marzo de 2016

Una hermosa sensación

Por Sergio Sinay

Una novela que honra a sus personajes, a una ciudad y a la literatura




Se podría definir rápidamente a Turquía con un lugar común: país fascinante y complejo. Y, se podía agregar, lejano. Pero deja de ser esto último cuando se ha estado allí. Después de la experiencia, queda cercana y presente. Es la puerta que une dos mundos dentro del mundo, Oriente y Occidente. Es refinada y salvaje. Es milenaria y moderna. Guarda memoria de toda la historia de la civilización y expresa de un modo a veces brutal las contradicciones más trágicas, la intolerancia más aguda del tiempo presente. En ese territorio extenso y variado la Naturaleza despliega una belleza insospechada, de formas inesperadas (como en Capadocia) y también la implacable crueldad del invierno y del verano en los desiertos y en las montañas. Es una cultura con expresiones refinadas en la literatura, en las artes, en la música, en el pensamiento, y son comportamientos atávicos, previos a toda noción de ley. Es una experiencia inagotable, misteriosa, por momentos apabullante.
Estambul, con 14 millones de habitantes, resulta una síntesis viviente y vibrante de todo eso. Con un pie a cada lado del Bósforo (uno en Oriente el otro en Occidente) esta ciudad cosmopolita y moderna, al mismo tiempo que provinciana y detenida en el tiempo (ambas cosas impresionan con fuerza al recorrerla) es acaso la más grande de Europa y contiene todas las tensiones y la energía alimentadas por la historia y por el presente del país. Un país regido hoy por un gobierno autoritario que mira hacia lo más oscuro del pasado mientras en su vientre pujan por nacer sueños, proyectos y fuerzas que buscan la libertad, la convivencia, las posibilidades luminosas de la razón. Estambul fue capital del Imperio Romano de Oriente (amada por el emperador Constantino El Grande, que le legó su nombre, Constantinopla, hasta su caída, en 1453, que marcó el final de la Edad Media), fue capital del Imperio Bizantino y del Imperio Otomano, cuyo ocaso dio lugar al nacimiento de la República, fundada por Kemal Ataturk en 1923. Toda esa historia está presente en palacios, tumbas, mezquitas de arquitectura refinada, siempre imponentes, como la historia que narran.

Volver a narrar
Orhan Pamuk
Y junto a esa hay otras historias. Las de los seres anónimos, pequeños, cotidianos, sufrientes, soñadores, empecinados que labraron sus vidas en Estambul al ritmo de los espasmos, los partos, las transformaciones a veces brutales de la ciudad, y también de su resistencia al avance a veces depredador de una modernidad en muchos casos empujada por ambiciosos, manipuladores, corruptos (como suele ocurrir con el crecimiento de las ciudades en la era del capital). Orhan Pamuk, nacido en 1956 en Estambul, Premio Nobel de Literatura 2006, se ubica junto a esas vidas, las acompaña desde las vísceras, y narra desde ellas las transformaciones (y también las permanencias) de Estambul desde los años 60 del siglo pasado hasta hoy. Toma como nave insignia para esa navegación a Mevlut Karatas que llega de niño a la megalópolis acompañando a su padre, quien busca un horizonte más luminoso que el que le ofrecía su pequeña aldea de Anatolia. La parábola existencial de Mevlut, desde ese final de la infancia hasta su actual madurez sesentona, es la médula de una novela inolvidable, de esas que echan raíces en la memoria y el corazón de sus lectores, de esas que se agradecen para siempre y enaltecen el arte de narrar. Su título es Una sensación extraña.
Esta es la obra de un humanista con todas las letras. En una época en la cual la posmodernidad manda a no comprometerse, a no tomar partido por ninguna verdad, a relativizarlo todo, incluyendo valores y moral, a escaparle a la prueba más difícil y decisiva para cualquier escritor (la de ser capaz de narrar una historia desde la A hasta la Z sin desertar en el camino en nombre de caprichosas experimentaciones), Pamuk se juega. Él está de parte de sus personajes (en primer lugar de Mevlut), les da vida, espacio y voz a todos. De hecho les cede por momentos el lugar del narrador omnisciente para que sean ellos, en primera persona, quienes aporten su punto de vista y sus razones. Los ama y no teme demostrarlo. Está de su lado cuando los acometen las oscuras piruetas del destino o las perversas manipulaciones humanas. Homenajea a sus criaturas y, a través de sus peripecias, a la literatura de siempre, aquella que hizo decir a Elie Wiesel (escritor rumano sobreviviente de los campos de concentración y Premio Nobel de la Paz en 1986) que “Dios creó a los hombres porque le gustan los cuentos”. Si Dios, o quien fuere, necesita quien lo emocione, lo cautive, lo conmueva, lo comprometa, con historias poderosas, verosímiles, apasionantes, Pamuk, con esta novela, es el candidato ideal.

Escribir en el mundo
El Nobel turco ha sido (y es) perseguido por el gobierno de Recep Erdogan, un lobo que se vistió en su momento de cordero progresista para empujar después paulatinamente a su país hacia las cavernas de un pasado oscuro, denigrando a las mujeres y a los librepensadores, a los defensores de la República y a las etnias que se resistieran a su proyecto de poder. Pamuk, entonces, no escribe desde una torre de marfil, aislado del mundo, sino en las entrañas palpitantes de la sociedad en la que vive y de la ciudad que ama y de la que conoce hasta sus últimos intersticios. Toma partido político, intelectual y literario, pero no permite jamás que esa actitud aplaste a sus personajes ni a sus historias. Ellos son sagrados.

Una extraña sensación es una novela para los que aman las novelas, los que aman las palabras, los que aman los avatares de este mundo (los dolorosos y los gozosos), los que aman conocer lugares y personas (nunca se conoce tanto como cuando se lee). Una novela reconfortante para quienes aman leer. Y una novela ideal para iniciar en la lectura a quienes aún no se han iniciado en esta maravillosa experiencia humana. La sensación que deja no es extraña: es de agradecimiento.

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