La foto innecesaria
Por Sergio Sinay
Si necesitamos de una foto cruel, usada en muchos casos con oportunismo, para enterarnos de lo que ocurre en el mundo que habitamos, acaso padezcamos una penosa ignorancia
¿Realmente era necesaria la foto de Aylan Kurdi para que el mundo despertara de su hipocresía, de su ceguera moral auto infligida, de la anestesia del consumismo hedonista y pusiera el grito en el cielo? ¿En dónde vivían hasta entonces esas buenas y blancas conciencias que despertaron a los gritos? ¿Acaso dentro del impoluto Truman Show que habitaba el personaje de Jim Carrey en la filosa película de Peter Weir? ¿En ese universo de cartón piedra en el que la realidad no se filtraba mientras Carrey, víctima propiciatoria de un reality inmoral, era observado desde afuera por millones de morbosos televidentes carentes de una vida propia?
¿Era necesario asesinar dos veces a un chico de tres años
que apenas había ingresado a la vida? ¿Había que entregarlo al morbo de una
sociedad líquida, como la describe con reiterada exactitud el sociólogo polaco
Zygmunt Bauman, en la cual los escándalos se suceden unos a otros a velocidad
creciente y generan espasmos de inconsistente indignación que se esfuman de
inmediato para dar paso al nuevo show?
Se esgrimieron mil argumentos para justificar la publicación
de la foto. Algunos desde la política, otros desde el periodismo, desde la
sociología o desde la moralina instalada en distintos espacios de la sociedad.
La periodista de un canal de noticias en Buenos Aires llegó a decir “Si este
angelito vino para cambiar las cosas, bienvenido sea”. Representaba,
posiblemente, una idea muy extendida. Dijo eso y de inmediato pasó, como es de
rigor, “a otro tema”. Casi todas las
justificaciones podrían entrar en la categoría que tanto Daniel Kahneman (psicólogo
del comportamiento y ganador del Premio Nóbel de Economía en 2002 por sus
trabajos sobre toma de decisiones en situaciones de incertidumbre) como el
ensayista libanés Nassim Nicholas Taleb llaman posdicciones.
Estas son explicaciones que se aplican a posteriori para justificar acciones o hechos
sobre los cuales no se tenía la menor idea ni conocimiento a priori. Ahora parece
que la publicación de la foto de Aylan Kurdi correspondió a sesudas teorías
previas y a convicciones de principios largamente desarrollas durante años
acerca de la imagen, el testimonio y la misión del periodismo. Si cabe un
espacio para contradecir a la poderosa ola de pensamiento único y “correcto”
que sobrevino a la publicación, se puede opinar que todas esas explicaciones no
alcanzan a opacar cierto oportunismo, ligereza ética y ausencia de compasión y
empatía que asoman detrás de la decisión. Por no hablar del morbo de los
consumidores de la imagen, que si no se alimenta con esta ya encontrará otras,
como las que proveen a diario los medios audiovisuales e Internet.
Según la Agencia de Refugiados de la Organización de
Naciones Unidas, ya en 2011 un promedio de diez niños menores de cinco años morían
cada día en el campo de refugiados de Kobe, al este de Etiopía. Es sólo una
cifra entre tantas. Todas horrorosas. Están en los diarios, se difunden
mientras los que ahora se escandalizaron con la foto siguen con sus rutinas
alimenticias, con sus excursiones al shopping más cercano, con su adictivo
pegoteo a todo tipo de pantallas y artefactos. Bien observa el filósofo
esloveno Zlavoj Zizek en Pedir lo imposible
que una de las grandes falacias del “correctismo” es la pseudoactividad, la
obligación de “ser activo y participar”. Decir que “hay que hacer algo”,
participar “de debates sin sentido”. El poder quiere que estos espasmos se
produzcan, dice, porque de esa manera consigue tener ocupados y controlados a
las masas; le preocupan más ciertos silencios porque no sabe qué se cuece allí.
Y por fin, Zizek dice que toda esta interactividad aparente (como la
movilización, los discursos y las rasgaduras de vestiduras alrededor de la foto)
no son más que interpasividad. Al final todo sigue igual, nada cambia, los
poderosos saben que solo hay que esperar un par de semanas a que la cosa se
aquiete. Ya habrá un nuevo motivo de espasmo y luego una nueva quietud hedonista.
Quien dice que antes de la foto ignoraba lo que ocurría con
los refugiados confiesa una ignorancia inmoral. Nada de esto es nuevo. Ya
durante la Segunda Guerra la Nave de los Condenados iba de puerto en puerto con
su cargamento de judíos que buscaban refugio y sólo obtenían indiferencia y
rechazo. Y hubo fotos. Ante la vanagloria actual sobre el desarrollo y el poder
de la información, sólo queda por decir que quien ignoraba que hay miles y
miles de Aylan muriendo cada día, era la peor clase de ignorante. El
voluntario. Y esa ignorancia no se cura con una foto.
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