Una pasión triste
Por Sergio Sinay

Tras el compendio de “argentinidad al palo” que se vivió en la cancha de Boca el jueves 14 de mayo (violencia, patoterismo,hipocresía, manipulación, egoísmo, ventajismo, orgullo patético, apriete, anomia, etcétera) quizás sea hora de mirar sin engaños a esta pasión nacional que usa la pelota como excusa para mancharla bien manchada. Como es usual ante un evento futbolístico decisivo, con complicidad de la televisión y ayuda de las redes sociales se multiplicaron las exhibiciones de dicha pasión. Besos a la camiseta, la bandera o el gorro, amenazas a un adversario sin rostro (“A vo te digo, gashina”, “Acordate de esta, bostero”, “Te vamo a matar”, entre otras creaciones y vaticinios). Abundaron confesiones del tipo: “Cuando muera quiero que me cremen y tiren las cenizas en la cancha, mis hijos ya lo saben”; “Sin River mi vida no es nada, River es todo para mí”; “Boca y mi vieja, en ese orden, son lo más grande, sin ellas me muero”. Tomo apenas tres de las innumerables que escuché ante cámaras y micrófonos que, alevosamente, incitaban a más. Todas, se supone, muestras de esta inocente y fervorosa pasión nacional (donde dice River y Boca caben otros equipos). Pobres los países que no la tienen. ¿Qué destino les espera? Nada comparado al grandioso futuro argentino, que no cesa de correrse como la zanahoria del burro.
Estas apasionadas expresiones de hinchas que provienen de
todas las clases sociales, de todos los niveles económicos y culturales, son
brutales declaraciones de vacío existencial, de vidas llenas de nada multiplicadas
por millones. De existencias tiradas al abismo. No por el fútbol, no por la
fervorosa adhesión a un equipo (yo también soy hincha, me alegro y me
entristezco, celebro y lamento), sino por la categoría de metástasis que esa
pasión ocupa en quienes la expresan (y no sólo de palabra), en quienes la
avalan y en quienes la manipulan (desde los pináculos gobernantes, desde las
cloacas del poder, desde los medios, desde la publicidad y el marketing y desde
las usinas de negocios pestilentes).
Uno de los más influyentes filósofos de todos los tiempos, el
holandés sefardí Baruch Spinoza (1632-1677), pilar del racionalismo, habló de
las “pasiones tristes”. Llamaba así a aquellas pasiones (entendidas como
padecimientos) que sacan al hombre de su eje y su sentido, alienándolo,
llevándolo a una extrema pasividad existencial. Para Spinoza, que alertaba
contra los males de la religión, las “pasiones tristes” son hijas de creencias
aceptadas ciegamente, alejan al hombre de su deseo, de su fuerza vital, de su
energía creativa, de su ser. Lo acercan paulatinamente a la impotencia, a la
negatividad, y desde allí lo empujan a la servidumbre, a la esclavitud
económica, moral, cultural, social. Los esclavizadores pueden ser ideologías,
regímenes autoritarios, sistemas económicos, religiones, mandatos, sistemas de
creencias.
Por un largo malentendido creemos que ser “apasionado” es
ser activo, impulsivo, comprometido. Error. En su etimología la palabra pasión
remite a sufrimiento quieto, a tolerancia inerme, a pasividad. Pasividad y
pasión tienen una raíz común. Respecto de donde se juega la vida realmente
vivida, comprometida con un sentido, estos apasionados están, entonces, fuera
de la cancha. En pasividad absoluta. Es lógico que sea así. Después de todo, en
un país que jamás se orientó a construir un proyecto, a fundar un futuro, a ser
algo más que individualidades ocupadas de sí mismas, que pisoteó siempre la ley,
el fútbol termina por ser una religión. O una dictadura. Nunca un hermoso juego
como el que disfrutan las sociedades "desapasionadas". Esas en las cuales nadie
reduce su vida al color de una camiseta.
Me alegra coincidir, colega! Durante muchos años desde la educación y la salud mental, he tratado de transmitir, con la claridad que aparece acá, esa idea ególatra y autodesctructiva de que ser desmesurado, descontrolado, impulsivo, es la mejor forma de ser auténtico.En el fondo, es sobrecompensación de sentimientos de inferioridad y como decís, de vacío existencial y falta de sentido. La otra cara de la depresión. Como dijo O. Rank, refiriéndose a G Mahler: "no se haga tan grande que no es tan chiquito". Gracias por aportar estas esclarecedoras palabras a nuestro confuso entramado cultural. Rolando Martiñá
ResponderBorrarUn gusto enorme recibirte aquí, Rolando, y saber que caminamos juntos en busca de un punto de luz en medio de la oscuridad que prevalece. Gracias por tus palabras. Un abrazo.
ResponderBorrar