Picoteando vidas ajenas
Por Sergio Sinay
Apenas
nació Truman Burbank fue entregado a un matrimonio de actores contratados para
desenvolverse como si fueran sus padres. Ellos lo criaron y Burbank creció y
vivió una vida feliz, perfecta, sin contratiempos, en una pequeña ciudad
suburbana llamada Seahaven en la que todo era armonía y la convivencia entre
los habitantes resultaba ideal. Burbank tuvo una familia y desarrolló una
eficaz carrera como agente de seguros. Lo que se dice una vida soñada. Y en
realidad lo fue, porque el único que ignoraba que aquella existencia no era
real y que todo en Seahaven resultaba falso era el propio Truman Burbank. La
ciudad en la que vivía era una escenografía de cartón piedra construida bajo
una gigantesca cúpula que la aislaba del mundo real. El cielo siempre azul era
también escenográfico y el eterno sol un poderoso reflector eléctrico. El
reluciente pasto de los jardines, las calles limpias y ordenadas, todo pura
apariencia. Los vecinos no vivían allí, eran extras que se cruzaban
estratégicamente con Burbank, e incluso la mujer de la que se enamoró y con la
que formaría pareja era una actriz que seguía las líneas de un guion.
Durante
treinta años todo esto funcionó. Truman Burbank ignorò que era protagonista de
un show televisivo, un reality, de un alto rating alimentado por espectadores
que seguían día a día y hora a hora la vida de él, que, manipulado desde el
primer minuto de su nacimiento, no era una persona, sino un personaje creado
para alimentar el consumo de esos espectadores, dispuestos a malgastar incontables
horas de sus vidas espiando las peripecias de otro. El creador de ese exitoso
espectáculo fue Christof, un productor obsesivo e implacable, dedicado casi por
entero a hacer que el mundo ficticio de Burbank funcionara a la perfección y el
rating se mantuviera. Lo consiguió durante treinta años, hasta que una serie de
imponderables (la vida real es así, aun para quienes se creen demiurgos) puso
al protagonista de cara a la verdad.
TIEMPO
DE REALIDAD
Durante
todo ese tiempo Truman fue una marioneta manipulada para satisfacer la avidez
de miles de personas dispuestas a devorar como caranchos la vida de un prójimo.
Para desesperación de Christof, que no admitía la autonomía y la libertad de su
criatura y lo amenazaba con una desvergüenza psicopática, Truman Burbank (como
alguna vez lo hizo Frankenstein, el monstruo triste) escapó de Seahaven hacia
el mundo real, dispuesto a ser el dueño de su vida. Cuando Christof explicó las
razones para haber creado aquel reality dijo: “Estábamos aburridos de ver
actores interpretando emociones falsas”. Tanto él como los espectadores querían
alimentarse de las emociones reales de una persona real, aunque para eso
hubiera que usar a esa persona despojándola de una vida cierta.
Este es
argumento de “The Truman Show”, película que el talentoso director australiano
Peter Weir (un lúcido analista de fenómenos sociales y colectivos, como
demostró en filmes como “La sociedad de los poetas muertos”, “La ola”, “La
costa mosquito” y “Testigo en peligro”, entre otras) filmó en 1998, con Jim
Carrey en el papel de Truman y Ed Harris en el de Christof. La película
habilita reflexiones sobre varios temas. Por ejemplo: la realidad como ilusión,
el derecho a una vida propia y autónoma, la manipulación irresponsable que se suele
ejercer desde los medios sobre la mente de los espectadores, y la misma
irresponsabilidad de esos espectadores cuando se entregan sin espíritu crítico
a lo que se les ofrece consumir.
Quizás
sea este último tema el que en estos días conecta poderosamente al “El Truman
show”, con la realidad contemporánea. Apenas lanzado simultáneamente en varios
idiomas y países, cosa que ocurrió viernes 13 de este mes, el libro “En la
sombra” se convirtió en el que más ejemplares vendió en un solo día en el mundo
de habla inglesa: un millón y medio de copias en 24 horas. También en Argentina
centenares de personas corrieron a las librerías para pagar $8.599 por un tomo
de 560 páginas en las que el príncipe Harry cuenta en plan bizarro, sin pudor,
con agrio rencor, tanto sus propias bajezas (como vanagloriarse haber matado a
25 personas, como si fueran patos en una cacería, en Afganistán) y varios
aspectos oscuros y miserables de la realeza de Windsor, de la cual él forma
parte y que series como “The Crown” se cuidan de eludir.
En
simultáneo con este dramón de palacio (y de los sótanos morales de ese palacio)
Shakira, cuyas andanzas amorosas parecen ser menos exitosas que sus canciones a
juzgar por lo que se conoce y recuerda de ellas, salió a facturar, según propia
confesión, poniéndole una letra rudimentaria y una música elemental (con
colaboración del pasadiscos Bizarrap, cuyo nombre artístico lo dice todo) a su
trifulca post-divorcio con Gerard Piqué, futbolista en larga decadencia y
empresario en alza. El despechado monólogo de la cantante colombiana, abundante
en rimas simples e infantiles y carente de cualquier asomo de metáfora, devino,
como el libro de Harry en otro plano, en avasallante fenómeno internacional que
ocupó horas y páginas en medios gráficos y audiovisuales, en redes sociales y,
lo más grave de todo, en las mentes y horas de vida de miles de personas que
quizás no tienen cuestiones más importantes en su existencia o acaso las tienen
y esto les viene de perillas para fugar de ellas.
PREGUNTAS
EN ESPERA
En el
orden local también hay contenedores con abundante desperdicio existencial para
quienes tienen la compulsión de husmear en los sótanos y cloacas de vidas
ajenas. En su versión de este año el programa “Gran Hermano” (deplorable uso de
la categoría que el gran escritor inglés George Orwell creó en su novela “1984”
con un significado muy distinto del presente) volvió a conseguir una cuadrilla
de voluntarios dispuestos a destriparse emocional y psíquicamente durante las
veinticuatro horas de cada día ante la mirada personas que, mientras se
convierten en carne de ratting, encuentran un analgésico para el dolor que
provoca el vacío existencial.
Probablemente
de eso, del vacío existencial extendido como una pandemia de estos tiempos, es
de lo que hablan fenómenos como Harry, Shakira y Gran Hermano. La impudicia de
unos por desnudar su intimidad, su carencia de espacios interiores sagrados a
resguardo de la intromisión ajena, su necesidad de existir solo bajo la mirada
del otro, sin importar si esa mirada horada los rincones más oscuros de uno
mismo. Y del otro lado la angurria de quienes no soportan explorar sus propias
intimidades, preguntarse por sus necesidades, poner al día sus propósitos e
interrogarse, al menos una vez, por el sentido de la propia vida. Porque la
vida es una, el tiempo transcurre sin detenerse y hay preguntas que se abren
ante nosotros desde temprano y se expanden a medida que pasan los años.
Preguntas que solo puede responder cada persona y cuyas respuestas no pueden
intercambiarse: ¿para qué nací? ¿cuál es la huella que dejaré, en qué y en
quiénes? ¿Hará esa huella que el mundo quede, tras mi paso, un poco mejor de
cómo lo encontré? Se responde con una manera de vivir, con un modo de honrar el
tiempo que nos es concedido. Y la respuesta es una cuestión de responsabilidad
individual. No la dará ni Harry, ni Shakira, ni la tropilla de Gran Hermano.
Excelente
ResponderBorrarBuen artículo para reflexionar sobre el sentido de vida y los valores de la existencia humana. Como bien lo dices, no creo que Shakira ni Harry ni Pique quieran sentarse un rato a pensar!
ResponderBorrarExquisito escrito de un ser pensante y profundo. Gracias, Sergio!
ResponderBorrarQué acertado!comparto la mirada de estos fenómenos sociales tan vacíos y llamativamente tan llenos de personas interesadas
ResponderBorrarTerrible y real .
ResponderBorrarExcelente, gratitud y respeto.
ResponderBorrarFantástico !! Ni una palabra de más !
ResponderBorrarNada falta, nada sobra. Excelencia en todo.
ResponderBorrar👏👏👏 Disfruté mucho la lectura de esta publicación.
ResponderBorrarSiempre es.lindo leerte!!!
ResponderBorrarMuy pero muy bueno.......gracias Sergio por esta reflexion
ResponderBorrarSergio te admiro mucho desde que te conocí en una charla por zoom. durante la pandemia
ResponderBorrarAdhiero a tu opinión sobre el tema Gran hermano y otros. Felicitaciones
El vacío existencial siempre fue un gran motor para el consumo. Es un hambre innombrable para muchos, y que se puede confundir con otras mas terrenales. Así es como opera la publicidad, intentando saciar una necesidad existencial y espiritual con más consumo. Intercambie humanidad por cosas, sujetos por objetos. Ojala las personas puedan encontrar ese camino hacia la realidad y la libertad, como lo hizo Truman. Es mi trabajo acompañar a mis pacientes en ese viaje personal.
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