Enchinados
Por Sergio Sinay
“Fuerte confesión de la China Suárez: a veces lloro”. “La
China Suárez hace un tour fotográfico por su baño”. “La China Suárez cambió de
novio”. “La China Suárez le dio un beso a Rusherking”. “La China Suárez se
cambió el color de pelo”. “La China Suárez estornudó”. Todos los días en todas las
versiones on line e impresas de los diarios argentinos (incluso los que se
dicen serios) es infaltable la China Suárez. De inmediato las “noticias” acerca
de ella son levantadas en programas de radio que parecen una reunión de gente
en un bar y por programas de televisión que son un homenaje al chisme y la
banalidad. Y aunque las cruciales experiencias existenciales de Wanda Nara
(inaugura una mansión de fin de semana, se cambia el esmalte de uñas, le espía
el teléfono a Mauro Icardi, pide pizza por delivery) no son para menos, justo
es reconocerlo, hay algún día en el que su nombre y sus andanzas no aparecen.
Esto
ocurre en un país desquiciado, sin moneda, con vacío de poder, con un
presidente apenas nominal, en el que día a día la vida se hace más precaria y
el futuro asoma como un túnel oscuro y sin salida. Cuando la decadencia es
terminal, inunda todos los ámbitos de la sociedad. Este es el periodismo de un
país en esas condiciones. Una profesión depredada por operadores de todo tipo
(político, económico, deportivo, farandulesco), en la que ayudar a entender y a
reflexionar, en la que informar de buena fe y con fuentes e investigación
sustentable es, cada vez más, un imposible, salvo escasísimas excepciones, y en
la que honrar y cuidar el uso de la palabra (sea oral o escrita) es una
experiencia lejana y ajena. Tan lejana que, en lo personal, me provoca un
profundo dolor y una honda indignación. No era para esto que, en mi generación,
tantos de nosotros habíamos abordado este, que supo ser arte y oficio.
¿Por qué
no habría de ser la China Suárez una noticia de cada día, entonces? Hay que
seguir insistiendo con las peripecias nimias de este personaje hasta que se naturalice
su presencia, y el día en que no nos cuenten cómo durmió, qué comió, quién es
su nueva y fugaz pareja o con quién se peleó, sintamos que nos falta algo, que
hay un agujero en nuestras vidas, que nos sacaron la asistencia respiratoria que
nos mantenía vivos en esta atmósfera tóxica.
Triste nuestra realidad
ResponderBorrarLo peor es cómo la atacan, y. Muchas mujeres
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