La
información y el sentido de la vida
(Fragmentos
del libro “Intoxicados”)
Por
Sergio Sinay
No
vivimos ya en una sociedad de productores y ni siquiera de ciudadanos, sino en
una sociedad de consumidores. Se nos incita a consumir, se nos adiestra para
ello, se nos crea deseos que se inoculan como necesidades, se instala
subliminal y directamente la idea de que si cesa el consumo sobrevendrá el fin
del mundo, de que no hay otro modelo posible para que las sociedades funcionen,
se nos conduce a una insatisfacción permanente porque solo sobre la base de
ella puede funcionar el consumismo, dado que quien está satisfecho con su vida,
con sus relaciones, con sus proyectos existenciales, se siente en paz, no desea
más, consume lo necesario y lo hace racionalmente.
También
en el plano de la información esta matriz está presente. ¿Cuánta información es
necesaria? La respuesta de Perogrullo sería: la que necesitamos, no más que
eso. Sin embargo, no es tan fácil saber lo que se necesita. Requiere un tiempo
de introspección, de reflexión, de separar mentalmente la paja del trigo, lo
superfluo de lo esencial. Requiere contacto con la propia interioridad, escucha
de las voces internas y aceptación de lo que dicen. Muchas veces ellas pueden
oponerse a la urgencia de los deseos y proponer calma, sobriedad y sensatez. En
los tiempos que corren no hay propensión a ese ejercicio de auto observación.
Se vive en la superficie, a toda prisa, con predominio de lo fugaz y lo
descartable. No son las mejores condiciones para reconocer lo que es una
necesidad auténtica, nacida de adentro, y para diferenciarla de un deseo
urgente y ansioso estimulado desde afuera.
Una
sociedad de consumidores es, a su vez, una sociedad de clientes. Lo que se
espera de ellos es que compren. Y lo que se busca es venderles (...) Donde dice
“productos” se puede, y se debe, leer también “información”. Hoy la información
es un producto. Si no hay noticias urge inventarlas. Si las que hay no tienen
suficiente morbo se descartan y se remplazan por otras, artificiales. De
acuerdo con el periodista y ensayista gallego Ignacio Ramonet, quien dirigió la
prestigiosa publicación francesa Le Monde
Diplomatique y se ha especializado en el estudio de las relaciones de los
medios con la ideología y la política, entre la última década del siglo XX y
las dos primeras del XXI, se produjo en el mundo más información que en los 5
mil (cinco mil, sí) años anteriores”. En un ejemplar dominical del The New York Times, según Ramonet, hay
más información de la que un ciudadano del siglo XIX podía recibir en toda su
vida. Y nadie diría que el siglo XIX no dejó enormes contribuciones para la
humanidad en todos los campos: filosofía, política, tecnología, ciencia, arte.
También
mucho antes de las computadoras, de internet, de los teléfonos celulares y de
las tablets, en épocas durante las cuales sus creadores no estaban atosigados
de información como los llamados “innovadores” y los consumidores de hoy,
nacieron valiosos legados que enriquecieron la historia y la experiencia humana
(cosa ignorada por buena parte de la población actual del planeta). Y no solo
perduraron, sino que jamás fueron superadas. Ahí están como prueba la rueda, la
imprenta, el avión, la máquina de vapor, los barcos, extraordinarios monumentos
(como las pirámides egipcias y mexicanas), catedrales, teatros, el automóvil,
la electricidad, el cine, la televisión, la penicilina, los antibióticos, la
anestesia, la telegrafía con y sin hilos, el Canal de Panamá, la Torre Eiffel,
el mítico Empire State, los rayos X, los cohetes que exploran el espacio y
tantas cosas más. Podríamos seguirlas enumerando durante páginas y páginas.
Más
información no parece significar, de manera automática, más conocimiento, más
inspiración, más visión estratégica, más inteligencia aplicada. Un viejo dicho
aconseja no confundir gordura con hinchazón
(…)
Bulimia informativa y
desigualdad social
Priscila
López, investigadora de la subsecretaría de Comunicaciones de Chile, y Martín
Hilbert, que fue asesor de la ONU y es investigador y profesor en la
Universidad de California, dieron a conocer en 2012 un trabajo en el que
estudiaron la capacidad mundial de almacenamiento de información entre 1986 y
2007. Una de sus conclusiones fue que, mientras los medios de almacenamiento y
producción de información se habían desarrollado espectacularmente en ese
lapso, al igual que la cantidad de información, la capacidad de transmitirla
había crecido de una manera modesta. Desde 1990 la tecnología digital copó el
escenario informativo y hacia 2007 la mayor parte (el 94%) de la memoria de la
humanidad estaba almacenada digitalmente. Esto equivalía a 61 CD-Roms por cada
habitante del planeta. Unas 80 veces más información por persona que la
existente en la Biblioteca de Alejandría 300 años antes de Cristo. Si esa
información hubiese estado almacenada en papel, se habría necesitado un 17% más
que el Producto Bruto Interno de Estados Unidos para comprarla. Había una
cantidad de bytes de información por persona equivalente a todas las estrellas
de la galaxia. Si cada byte fuera representado por un grano de arena, habría
sido necesaria una cantidad de arena 315 veces mayor a la de todas las playas
del planeta. Cada ser humano recibía en el lapso estudiado una cantidad de
información diaria equivalente a 174 periódicos y emitía un monto igual al de 6
diarios con todos sus suplementos.
Surge
una pregunta inmediata y quizás ingenua: ¿en cuánto contribuyó todo eso a
mejorar el mundo, a luchar contra el hambre, a elevar la plenitud existencial
de la población planetaria, a elevar la calidad de la justicia, a generar
equidad, a disminuir las guerras y la violencia, a trabajar por la aceptación,
la compasión y la empatía, a disminuir las tasas de egoísmo o a hacer más
dignas las condiciones de vida de grandes masas de población? (…)
Si
la información no es aplicada deja de ser un medio y pasa a ser un fin. Cuando
eso ocurre, importa más la cantidad que la calidad. Y la bulimia informativa
aparta a enormes mayorías de personas de la vida real, ya que les quita tiempo,
atención, vinculación y horizontes existenciales. (…) Si la cantidad de
información circulante sobrepasa la posibilidad de absorción y metabolización
por parte de las personas, si estas reciben, retransmiten o emiten datos sin
procesarlos, sin reflexionar, sin discriminación, los seres humanos pasan a ser
simples herramientas de la maquinaria informativa cuyos intereses principales
son económicos en primer lugar y políticos en segundo. Economía y política son
instrumentos esenciales en la construcción de una comunidad humana fundada en
valores, en cooperación y en visiones trascendentes. Pero dejan de ser
instrumentos cuando se convierten en fines en sí mismos inspirados por la
ambición de acumular poder y ejercerlo. Chatarra tecnológica y chatarra
informativa polucionan hoy al planeta tanto en el plano físico como en el
mental y espiritual. La monstruosa cantidad de información, de la cual el
informe citado es apenas un testimonio, es imposible de asimilar, ordenar,
procesar y orientar hacia fines dignos. Se trata de un tsunami que desbarata
cualquier estructura mental y la reduce a escombros, aunque sus consumidores
crean que no es así y estén convencidos (como sucede con los adictos respecto
de aquello que los somete) de que lo controlan.
El pensamiento
crítico, ese gran antídoto
¿Se
puede hacer algo frente a esta pandemia de superficialidad dañina? (…) Se trata
de reivindicar el valor del pensamiento, de estimular su ejercicio (en
progresivo desuso), de auto adiestrarse y adiestrar a otros en la capacidad de
reconocer y seleccionar la información valiosa y descartar la inútil,
tendenciosa, amañada, especulativa, manipuladora y falsa. Se trata de aprender
(o reaprender) a reconocer fuentes fiables de las que no lo son, cosa posible
para una persona que piense por su cuenta, que no tercerice sus pensamientos,
que venza a la pereza intelectual, que mantenga despierta la atención y que
saque conclusiones (dos más dos siempre es cuatro y muchas veces hay fuentes
que lo presentan como cinco, valiéndose de falacias). Se trata de atreverse a
investigar por cuenta propia, de dedicar tiempo a la reflexión que sigue a la
lectura. Se trata de una mayor comunicación con los seres y las situaciones
reales que nos rodean y menos conexión que con la virtualidad y la
digitalización que nos achatan y secuestran.
A
la educación, tanto la esencial que se inicia en los hogares con liderazgo y
ejemplos (sobre todos conductuales y morales) como a la formal, que corre por
cuenta de escuelas, colegios y universidades, le cabe un papel sustancial en
este emprendimiento. Las educadoras Inés Aguerrondo y Agustina Blanco apuntan
que “la tecnología en las escuelas es un componente indispensable a considerar,
si el sistema busca reducir las brechas de oportunidades”. Pero advierten: “El
hecho de acceder a la información y al conocimiento no garantiza su
comprensión, su apropiación y su uso. Es necesario dotar a las generaciones
jóvenes de herramientas para sumergirse de modo eficaz en el océano de
información que hoy está al alcance inmediato de todos, poder diferenciar lo
importante de lo irrelevante, lo confiable de lo espurio, así como saber
analizar las fuentes de información” (…)
Allí
está el antídoto que puede y debe suministrarse desde la misma formación de la
identidad y de la ciudadanía, antes de que sea tarde y la avalancha de
información tóxica sepulte a chicos y jóvenes y los convierta en adultos zombis
(…).
La sobredosis de información narcotiza, hace
perder de vista el foco de la propia existencia, los pilares esenciales sobre
los que esta se sostiene. Tomar el timón de esa existencia conlleva establecer
cuál es el espacio y el tiempo que la información ocupará en nuestra vida, para
qué y cómo la necesitamos y la usaremos, cómo nos aproximaremos a ella, qué
consecuencias tendrá esa relación no solo en nosotros sino en nuestro entorno
vincular, ciudadano y físico. El modo en que nos vinculemos con la información
dirá si decidimos ser sujetos de nuestra vida u objetos manipulables de los
intereses de otros. Acaso todo esto pueda resumirse en una frase: dime cómo, de
dónde y para qué te informas y te diré cómo vives.
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