A las armas las carga el hombre
Por Sergio Sinay
Cuando una sociedad vive sin límites, olvida el ejercicio de los valores y accede a la mano propia como método de justicia, se convierte en un ámbito de muertes anunciadas
Alguien
puede matar a una persona con un martillo. Pero los martillos no están hechos
para matar sino para trabajar y construir. Son herramientas. Las armas, en
cambio, están hechas para matar. Pura y exclusivamente para eso. Vale para todas las armas, incluidas las de
caza, porque el cazador toma vidas, mata. De manera que donde hay un arma, la
muerte ronda. No puede sorprender su presencia. Un arma cargada no solo
contiene balas, contiene muerte potencial.
Raymond
Chandler (1888-1959), uno de los padres fundadores de la novela negra, creador
del detective Philip Marlowe y de obras maestras como El largo adiós, El sueño eterno o Adiós Muñeca, además de otras, señalaba que si un escritor pone un
arma en el primer capítulo de su novela está obligado a hacer que ese arma se
dispare en algún momento, así sea en la última línea. Por ello, aconsejaba, hay
que pensarlo bien antes de incorporar ese instrumento mortuorio. El consejo de
Chandler vale para la vida cotidiana.
En
silencio, careteando (como en tantas cosas), simulando pacifismo, la sociedad
argentina, por derecha y por izquierda, se ha convertido en una sociedad
armada. La ONG Red Argentina para el Desarme calculó que hay un arma, legal o
ilegal, cada diez habitantes. Y un informe del Ministerio de Salud de la Nación
daba cuenta, a fines de 2015, de que cada día mueren ocho personas en el país
por causa de armas de fuego.
En la
presente semana un chico de 13 años mató a uno de los cuatro ladrones que
ingresaron a su casa y amenazaban a su madre y a su hermano menor. Lo hizo con
una pistola de su padre. Una de las tres armas que este dijo tener. También dijo
el hombre que cuando va al polígono lleva a su hijo con él. Las variadas
reflexiones, especulaciones y declaraciones que espasmódicamente, como es
costumbre, se esparcieron alrededor de este episodio se centraron en la
sorpresa, el espanto, el estupor y otras reacciones emocionales, pero olvidaron
subrayar que el chico se criaba en un ámbito donde la posibilidad de la
tragedia estaba implícita. El arma ya estaba en la casa, y a partir de ahí
basta con recordar a Chandler.
El
caldo en que se cultivan estas tragedias es alimentado, sin duda, por un Estado
que (a través de sucesivos gobiernos) se desentendió de sus responsabilidades
indelegables en materia de seguridad y justicia (también de salud, educación y
demás, pero no viene a este caso). Al convertirse en una enorme caja de
recaudación y manipulación para corruptos económicos y morales disfrazados de
gobernantes y funcionarios, dejó a la sociedad librada a su propio albedrío. Pero
también colabora, y mucho, un entramado social en el que los límites se
relajaron hasta desaparecer, los valores son palabras huecas y no un ejercicio
diario, los deberes no cuentan, los deseos se proclaman como derechos y cada
quien ejecuta su propio código de justicia. Una sociedad en la que sobrevive el
más fuerte, el más rápido, el mejor armado.
Escrito hoy, este comentario tendrá vigencia mañana y
pasado también. Porque así como la sociedad argentina dice horrorizarse del
espantoso episodio con el que se desayuna cada día (para felicidad de tantos
medios de comunicación que viven del morbo como los vampiros viven de la sangre),
también muestra una enorme capacidad de olvido instantáneo. Hasta el próximo
disparo. Que, desgraciadamente, está por sonar.
Excelente! Lo tomo para una de mis clases! !
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